Comentario
Capítulo LXV
Que el Marqués Pizarro y Manco Ynga dieron batalla a Quisquis y le vencieron, y se apoderaron del Cuzco
Otro día, en amaneciendo, después de la justicia que se hizo de Chalco Chima, el Marqués Pizarro acordó irse caminando hacia el Cuzco, que estaba solas cuatro leguas, en el cual estaba, como tenemos dicho, Quisquis y muy grande ejército de todas naciones, que era con el que había vencido a Huascar Ynga. Y, como le llegó nueva que el Marqués iba con determinación de entrar en el Cuzco, y que con él iba Manco Ynga Yupanqui, y que por su mandado le obedecían todos los indios por Ynga y Señor, quiso defenderle la entrada y probar ventura y darle batalla, antes que entrase en el Cuzco, y destruirle, si pudiese. Así salió del Cuzco con todo su ejército, que afirman era de más de cien mil indios, con buena orden de guerra y ricamente aderezados de armas y vestidos ricos, como aquellos que habían gozado de los despojos de tantos ejércitos como desbarataron desque salieron de Tomebamba, y de las riquezas que robaron en el Cuzco y en Paucarpata, que es en el camino real, le aguardó con mucho ánimo y osadía. El Marqués, avisado desto, puso su gente en orden a los españoles y Manco Ynga con los que habían seguido de los suyos, y los que venían de Caxamarca con el Marqués, y se le habían juntado de las provincias que le daban la obediencia, fueron poco a poco caminando, y en topándose los unos y los otros, se dio una cruel y porfiada batalla que duró mucho, hasta que el Marqués, a quien Dios ayudaba para que se empezase a promulgar el Evangelio en estas incultas naciones, venció a Quisquis y le desbarató, con gran mortandad de los suyos, el cual, con el restante de su ejército, se retiró a Capi, donde se fortaleció y estuvo algunos días, juntando alguna gente de los que seguían su opinión.
El Marqués, habiendo alcanzado esta victoria, entró luego en el Cuzco con los españoles y Manco Ynga Yupanqui, y los moradores dél los recibieron de muy buena gana, viéndose libres de la tiranía de Quisquis, y más entrando con él Manco Ynga. El marqués Pizarro tomó a Casana, que eran las casas de Huaina Capac, para sí, y Hernando Pizarro, su hermano, a Amarucancha, que eran las casas de Huascar Ynga, y Gonzalo Pizarro, su hermano, tomó para sí las casas de Tupa Ynga Yupanqui, que eran Cora Cora, y todos los demás españoles conquistadores fueron repartiendo entre sí las casas principales de la ciudad.
De allí algunos días, el Marqués Pizarro, queriéndose asegurar en la tierra y pareciéndole que estando Quisquis tan cerca como eran ocho leguas no sería posible, envió a un capitán español con soldados y a Manco Ynga con él a Capi, el cual llevó consigo muchos orejones e indios. Llegados a Capi hallaron a Quisquis que quería celebrar muy solemnemente la fiesta del yntiraimi, que la solemnizaban por junio, habiendo cogido sus sementeras y comidas. Ellos pelearon con él bravamente hasta que le desbarataron, y él, viéndose perdido y pareciéndole que ya no podía en aquella tierra sustentarse con el ejército que le quedó, se fue poco a poco retirando hacia Quito por el camino real, y los españoles y Manco Ynga se volvieron al Cuzco, donde estaba el Marqués.
Estando allí todos los caciques de las provincias desde Chile hasta Quito, alzaron por ynga y Señor a Manco Ynga Yupanqui y le reconocieron por tal y dieron la borla en Santo Domingo, que era el templo del Sol antiguamente, y el Marqués Pizarro le aprobó allí por tal Ynga, en nombre del Emperador don Carlos, y mandó a todas las naciones que le obedeciesen y respetasen, así como lo habían hecho a su padre, Huayna Capac, y a Huascar Ynga, su hermano, antes que muriesen, y así todos los curacas le tuvieron por tal Ynga, aclamándole por Señor.
Después que el marqués hizo esto, acordó con sus hermanos y Manco Ynga que fuesen detrás de Quisquis por el camino real que, como está dicho, iba huyendo hacia Quito, porque no alborotase la tierra y se alzasen las provincias. Así salió el Marqués junto con Manco Ynga, y fueron dando alcance a Quisquis hasta Xauxa, y llegado allí, le nació al Marqués una hija, a la cual puso por nombre doña Francisca Pizarro. Era su madre hija de Huaina Capac, y se llamaba doña Inés Quispicizae. Esta doña Inés fue después mujer de Francisco de Ampuero, de la Ciudad de los Reyes, y la doña Francisca Pizarro casó en España con su tío Hernando Pizarro, hermano del Marqués, su padre, de quien se ha hecho mención en esta historia, y se hará.
En Xauxa, viendo el Marqués que Quisquis se había alargado mucho y que sería trabajosísimo alcanzarlo, trató de tornarse al Cuzco con Manco Ynga, y así lo hizo, y estuvo en él algunos días, entendiendo en la pacificación de los indios, y aun en juntar mucha cantidad de plata. En aquella ocasión salió del Cuzco a la conquista de Chile, que se tenía por cosa riquísima y de gran prosperidad de oro más que la tierra de Pirú, don Diego de Almagro, compañero del Marqués, y llevó consigo cuatrocientos españoles, que ya había más gente, que cada día a la fama de las riquezas del Pirú venían. Manco Ynga mandó a Paulo Topa, su hermano, fuese con don Diego de Almagro a Chile. El Marqués en este tiempo, teniendo noticia del asiento y fertilidad del valle de Lima, dos leguas del Callao, puerto de mar, trató de ir a poblarla para, mediante la navegación, ennoblecerla. Así se fue, dejando puesto recaudo en el Cuzco y buena orden en todo y dejó en él por capitán principal a Hernando Pizarro, y con él a Juan Pizarro y Gonzalo Pizarro, sus hermanos, y otros muchos capitanes y soldados. Así, pasando por Xauxa, do antes había poblado un pueblo, fueron con él muchos de los que allí estaban a la Ciudad de los Reyes y la pobló riberas del río -Rimac-, aunque dejó en Xauxa algunos españoles en una como fortaleza para seguridad de aquella tierra, que es muy poblada de indios, y fértil.
Cuando el marqués Pizarro salió del Cuzco, como hemos dicho, ya andaba Manco Ynga con más intención contra los españoles y con ánimo de rebelarse, por los malos tratamientos y molestias que cada día le hacían, casi peores que las que habían recibido de Quisquis y Chalco Chima, porque fue tanta la codicia de los españoles en general y en particular de los capitanes, especial de los hermanos del Marqués, que no había semana ninguna que no le hacían al desventurado amontonar plata y oro como si fueran piedras cogidas del arroyo, y aun con eso no se hartaban dello, porque todo lo jugaban entre sí y lo gastaban, y sobre eso les quitaban las mujeres y las hijas por fuerza, delante de sus ojos, y con estas injurias y agravios se le resfrió a Manco Inga la voluntad y amor que a los españoles tenía.
El Marqués tuvo aviso de estas cosas en la Ciudad de los Reyes donde a la sazón estaba, y deseando se evitasen, escribió muy encarecidamente a sus hermanos que tratasen al Manco Ynga bien y a los curacas y principales y demás indios, pero fue su carta de poco provecho para lo que les mandó, porque antes empezaron a hacerlo peor con ellos y a darles más vejaciones y molestias.
En esta sazón, Vilaoma, que era un indio principal y había ido con Paulo Topa y don Diego de Almagro a Chile, volvió huyendo de allá y dijo a Manco Inga muchas mentiras, especial que todos los españoles que habían ido a Chile eran muertos, y que eran para poco, sólo para comer y beber y hurtar, que qué hacía él. Con estas razones y la inquietud que en su pecho traía Manco Inga, se alborotó más y se tornó a informar del Vilaoma de lo que en Chile había sucedido a don Diego de Almagro y en el camino, y él le respondió, como he dicho, muchas mentiras, pues no era muerto, como decía, ni los españoles. Con esto, Manco Ynga acordó de despachar, y envió mensajeros por todas las provincias de Quito a Chile, mandando a los indios que en un día señalado, dentro de cuatro meses se alzasen todos contra los españoles, y que los matasen sin perdonar a ninguno, y con ellos a los negros y a los indios de Nicaragua, que habían pasado a estas partes en compañía de los españoles, que eran muchos. Y a cuantos estuviesen esparcidos por sus pueblos, porque así convenía para alcanzar libertad de la opresión en que estaban. Oyendo en todos los lugares del reino este mandado de Manco Ynga, con mucha voluntad se ofrecieron a ello, porque en todas partes corría un lenguaje de los españoles y un trabajo general en los indios, por los malos tratamientos y molestias que les hacían. Todos nacidos de la arrogancia y soberbia en que estaban, que cada día se aumentaba con las riquezas que, lícita o ilícitamente, adquirían entre los indios, sin considerar la estrecha cuenta que dello habían de dar en el tribunal y juicio de Dios, a cuyas orejas llegaban los clamores de los pobres indios.